lunes, 27 de mayo de 2024

CANDADITO, el himno de los lambraminos

“Candadito”, el himno de los lambraminos
Escribe, Efraín Gómez Pereira
 
Hay canciones que marcan la identidad de un pueblo convirtiéndose en himnos populares y trascienden generaciones. No habrá peruano que no haya vibrado de emoción al escuchar o cantar “Contigo Perú” magistral creación de Augusto Polo Campos “Te daré la vida y cuando yo muera me uniré en la tierra, contigo Perú”, en la inmortal voz de Arturo “Zambo” Cavero.
Los pikis suspiramos tarareando “Abancay de mis amores, si yo volviera a nacer, al cielo le pediría que seas mi cuna otra vez”. “Si vienes a mi Abancay, al llegar encontrarás la dicha de un gran amor, los sueños de un trovador”, temas del gran Pepe Garay, que nos hacen sentir orgullosos de nuestra tierra, de nuestras gentes.
Cuando evocamos nuestras raíces, en el cúmulo de recuerdos y remembranzas, como los abuelos, los padres, la casa vieja, las chacras, los juegos infantiles, los amigos, los vecinos; siempre estará presente el tono nostálgico de una o dos canciones, que a pesar del paso de los años mantienen su vigencia no solo en nuestra memoria, sino en el repertorio de músicos, artistas o empíricos, que las transmiten por generaciones. Cultura popular, le llaman.
En el caso de Lambrama, mi tierra natal, es el huaino “Candadito” que ha impuesto su presencia imborrable en las generaciones de waqrapukus, por encima de las tradicionales coplas del carnaval campesino que ha convertido a este pueblo en la cuna del carnaval autóctono, mérito aún no aprovechado ni registrado ante las instancias correspondientes que custodie esa riqueza cultural originaria. “Yuncay lorucha, verde capacha, huayqo huayqolla, sara tukuikuq”, es una leyenda lambramina.
Dora, Jesús, Rosa, Emma, Alberta y Saturnina, damas lambraminas que impulsaron la riqueza de "Candadito".

El huaino himno o canción emblema de los lambraminos que valora en todo su concepto, la personalidad del lambramino, caracterizada por su generosidad, solidaridad, brazos abiertos, y respeto a los suyos, a la naturaleza, dice: “Candadito, aceromanta llavechayoc, pirak mairak quichallasunki, manaraq ñoqa quichallasaqtiy” (Candadito, llaves de acero, ¿quién te abrirá antes que yo?)..
Habla de una llave que abrirá el corazón del ser amado para que, si es un lambramino, cuidará como a una flor, y no lo maltratará como lo haría el forastero cuando pisa el chuño. Se envolverá en las redes de una máquina de coser Singer, como tela de una pobre y local bayeta para abrazar al amado que es de seda.
Se encaramará hasta las aspas del molino de piedra de Chirhuay, para formar un potente complemento como harina de cebada y trigo, en una clara alegoría a la inexistencia de clases sociales en el amor. 
En casa de mis padres en Tomacucho, mi señora madre, Dora Pereira Tello, tenía un cancionero escrito de puño y letra en el que alcancé a identificar temas como “Unchuchucacha chiricha huayracha” que rinde homenaje al abra que franquea el ingreso desde la bella laguna de Taccata hacia los laymes comunales de Qelqata y Pucuta. De “Huaranhuay, qello huaranhuay” que sacude las fibras del amor esperado, sin saber para quién florece o para quien se pone roja o amarilla. Cosas del amor lambramino.
Pero la que más me llamó la atención fue “Candadito”, no solo por el contenido de sus letras, que cuando era niño no entendía aún las loas al amor o las llamaradas a los enamoramientos; sino porque con una caligrafía a la usanza antigua; echada, corrida y sin cortes, las letras de la canción tenía borrones y escritos sobre las mismas líneas. ¿Correcciones?, seguramente.
No hay data formal sobre la autoría de “Candadito”, el himno de los lambraminos, pero con base en el cancionero y el testimonio de cercanos, me atrevería a afirmar que este huaino emblema habría sido compuesto por Dora Pereira Tello y Jesús T. Peralta de Pereyra, en los inicios de los años cincuenta; y con el acompañamiento de charangos y quenas alcanzó popularidad, logró identidad, gracias a la expresión conjunta de las envidiables voces de Dora, Jesús, Rosa Pereira de Gamarra, Emma Becerra de Ballón y de las hermanas Alberta y Saturnina Gamarra, que en contrapunto sacaban lustre a sus respectivos barrios Uraycalle, Chimcapalle, Pampacalle y Tomacucho.
Hoy, Candadito es canción propia de los lambraminos, que la hemos hecho nuestra porque es de dominio público. Sin embargo, es necesario aclarar que para salvaguardar el valor de esa riqueza cultural, que podría ser usada por ajenos a nuestro pueblo y apropiarse de su autenticidad en letras y música; los músicos lambraminos Lucas Molina León (+), Ulises Lezama Milla y Dino Pereyra Peralta, lo acreditaron en febrero 1999, ante el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de Protección de la Propiedad Intelectual - Indecopi- (Formulario 01216) y la Biblioteca Nacional del Perú (Depósito Legal 99-0660), como recopilación del grupo Lambralma.
Nos reconforta y emociona saber y comprobar, que en cuanta reunión que lambraminos realizan dentro del pueblo, en otras ciudades, en Lima, o en el extranjero, nuestros paisanos lo reclaman, cantan, se emocionan con “Candadito” y lloran al recordar nuestra tierra, nuestras calles, evocando las flores, la cebada, la bayeta, el chuño y el amor hacia quien lo merezca; y, pues, tiene que ser por un lambramino makta o una lambramina pashña. “Ahora sí, eso sí, lambraminita, munasqa huayllusqa, manaña reqsekuc”.

domingo, 5 de mayo de 2024

Limanchu, el aroma exótico de los andes

Limanchu, el aroma exótico de los andes

Escribe, Efraín Gómez Pereira

La última semana de enero pasado, en Quitasol, a dos kilómetros de la ciudad, nos encuentra en calor familiar. Una visita fugaz, de apenas un par de días, nos regala un desayuno familiar, casero, en el que una ensalada de paltas cosechadas en el mismo fundo se enseñorea y destaca sobre las papas sancochadas, el pan común y el choclo tierno que ya asoma tímidamente, antes de los meses de temporada.     

La cremosidad de la palta Fuerte empata como anillo al dedo, con los brotes frescos, aromáticos y llamativos del limanchu, conseguido casi a la “quitaquita”, esa misma mañana en las afueras del mercado Las Américas, en Abancay. La agradable yerba, provenía de los humedales y bosques cercanos al santuario del Ampay. El pan con palta hace gala de su sabor, y se empareja con el aroma embriagador de un café negro, recién pasado. Inevitable hacerse rogar por una yapita.

Ese desayuno, preparado por las cálidas manos de Gladys, mi querida hermana, me trasladó a mi feliz infancia, en Tomacucho, Lambrama, donde los desayunos eran encuentros ceremoniosos en los que los Gómez Pereira y Gómez Gamboa, disfrutábamos de una mesa variada, como variados eran los días.


Exótico limanchu, en su hábitat natural. (Foto Fanpage Cesar Vargas)

La ventaja de tener vacas lecheras a la mano, en los corrales de Oqopata o en la huerta de Tomacucho, nos prodigaba de leche fresca, natilla y queso fresco, todos los días. Café con leche - los Gómez somos cafeteros desde el vientre -, leche con ulpada, acompañada de pan común de la panadería Milla; de papa Qompis, cosechada en los predios de Qahuapata; de choclo tierno, canchita chulpi o mote paraccay de las chacras de Itunez, Luntiapo o Huayqo. Sin duda, una mesa privilegiada. Mesa de otros tiempos.

Ya lo dije en muchas otras ocasiones, la trucha del río Lambrama, pescada con anzuelo, lombriz y caña, en la misma madrugada entre Chacapata y Uriapo, al norte del pueblo y desde Plantahuasi a Huaranpata, al sur, fascinaban los desayunos caseros. Trucha frita crocante con café, pan común, papas, choclo o canchita, y uchucuta, insuperable.

En los meses de enero, febrero y marzo, los desayunos, almuerzos y cenas tenían un personaje insuperable, incomparable, único en sabores y aromas, que envolvían los aires, techos y paredes de la gran cocina familiar, y hacían que nuestros apetitos naturales se elevaran a su máxima potencia, hasta casi llegar a la gula. 

El limanchu, yerba aromática de los andes, nos visitaba toda la semana, recordándonos que los días lluviosos, de humedad y neblina en las partes altas del pueblo, eran los signados para su aparición y alegrar mesas lambraminas, con su nobleza fugaz y su aroma inigualable eterno.

Las lawas de maíz choclo tierno o qollalawas, cremosas; sazonadas con leche fresca y quesillo estrujado, acompañadas de papa nativa y habitas verdes, multiplicaban su prestancia con el limanchu fresco de sabor exótico, salpicado en la olla, poco antes de servir los platos. Imposible no pedir yapita. La olla debía tener doble fondo para responder a la demanda de casi una docena de comensales.

La tradicional “sopa viernes” que no lleva carne, sino leche, queso y papa amarilla, levanta su personalidad cuando se agrega olluco recién cosechado y picado en juliana y es sazonada con un generoso manojo de limanchu, rescatado de las camas compactas y húmedas de musgo que crece a su voluntad bajo las sombras de uncas, tastas, chuillur, tankar, y especialmente de los frondosos y olorosos marju, que embellecen los verdes y atractivos parajes de uncapata, qahuapata, llakisqway, queuñapunku, motoypata, marjupata y otras patas cercanas a Lambrama.

Sopa viernes, con el sabor del incomparable limanchu. (Foto Fanpage Miguel Angel Ramos)

En Qahuapata, el fortín ganadero y papero de don Laureano, mi añorado señor padre, los bosquecillos de marju que rodeaban el predio, eran escenario adecuado para el desarrollo y crecimiento fugaz del limanchu, que recogíamos a manos llenas para acaramelar las lawas de chochoca, trigo, calabaza, tocto o cancha al dente, y las sopas de fideo entrefino o cabello de ángel, todas maridadas con queso fresco y leche, y huevo batido.

Mamá Victoria, recuerda que los hermanos Gómez Pereira y Gómez Gamboa, éramos adictos a la ensalada de paltas con limanchu, que se multiplicaban en las vasijas de preparación con picados de cebolla china, abundante queso fresco, choclo desgranado y papa nativa sancochada. Un tazón de café pasado, infaltable para la compañía perfecta.

                                 

Ensalada de limanchu con queso fresco y papa nativa. (Foto Fanpage Ulises Valdeiglesias) 

Victoria rememora Qahuapata y añora a sus “hijos” recogiendo el verde aromático en los “marjusiki” donde en la humedad y las sombras, el limanchu lambramino no tenía competencia para alcanzar su desarrollo compacto y alegrar lawas y ensaladas familiares.

También servían para endulzar agüitas de mate destinadas a apaciguar dolores de cabeza, y cólicos estomacales, para controlar la tos en los infantes; y usado como compresas para cicatrizar heridas y pausar hemorragias. Sin duda se trata de un regalo de la naturaleza que merece ser custodiado, respetando su hábitat natural y no fomentar su depredación, que podría ser nefasto e irreversible.